Música recomendada para escuchar de fondo, bajita, durante la lectura. Gracias por asistir, ser y estar…
Hoy me he levantado triste y desencajado, con la certeza de que el mundo humano desea fervientemente estallar, morir definitivamente. Ese es un deseo que perdura en toda la historia, pero a veces crece… creo que estamos en esa ola creciente…
Así que no he podido aprovechar demasiado el día por la perturbación que me acompaña todavía. Pero he podido escribir una suerte de poema sin rima alguna. Y aquí está, recién terminado, sin pulir:
TE QUEDA MUCHO POR DAR
Sueño que ya no necesito construir un estado de paz que me proteja del doloroso ruido infernal externo.
Sueño pero no recuerdo ningún sueño. Sueño, sin el permiso de Morfeo, alejado de la arena de su desierto.
Dejo de fumar y de beber, solo para sentir que mis pulmones y mi hígado siguen trabajando igual de bien. Sueño en una influencia en le viento y en el mar tras mis acciones.
Sueño despierto que el mundo humano se calma, es más, encuentra la forma de mirarse hacía adentro y se calma, y encuentra la calma, y la lógica natural de la vida y con ella reconoce y asume la sencillez de la misma. Y su belleza infinita.
Sueño, sueño que la Muerte me acompaña de tanto invocarla justo en el momento en que decido dejar de llamarla desesperadamente. Y ella viene, y me habla, desde la sabiduría de estar fuera de tiempo y relacionarse tan íntimamente con la vida. Viene y me habla, con ternura, sin malicia, entendiendo de antemano mi inmenso dolor y me dice:
NO HAY JUSTICIA, SOLO ESTOY YO, AÚN NO HA LLEGADO TU HORA, TE QUEDA MUCHO POR DAR.
Aspiro hasta llenar mis pulmones de aire, hasta tensarlos tanto que siento que van a reventar. Retengo el aire y mis pulmones podrían ser el mundo, que espera con ansiedad una exhalación liberadora… liberación que no llega… que no llega… que no llega… que se hace esperar, un día más, y otra década y otra centuria…
Kali es la diosa de mi sombra, pura ansiedad por destruir el mal. Lengua fuera y cuchilla en mano, collares de calaveras igualando a todos en un mismo punto. El punto en paso. El punto en muerte en el universo.
Dejo de soñar y lloro. Lloro mucho, desconsolado, escuchando a un gran maestro, a un cantor iluminado cantar que no es de aquí ni de allá y que ser feliz es un color, es el color de identidad.
Nunca me han llamado poeta frustrado pero si poeta. No sé que será, más allá de esa vibrante emoción a la que me abandono igual que un pez en la corriente.
Oigo mi corazón que siempre se retuerce en sí mismo para exprimir cada gota de amor que es capaz de sintetizar. Lo escucho atentamente, en cada latido hay expresada la sílaba sagrada, la primera que vibró y sigue haciéndolo.
Como Krishna quisiera dar mi corazón, como Carlos Weider, no…