El ejecutado quiere escupir sus últimas palabras

–Pan, mantequilla, arroz, pepinillos… ¡Ay no perdón! vuelvo a empezar, esto es mi lista de la compra.

–La que ya no harás, bastardo.

–Todos aquellos que se niegan a colaborar, con el esfuerzo y el heroísmo de una revolución, no los queremos, no los necesitamos. ¡Ostia! otra vez que equivoqué –hablaba bien alto removiendo papeles entre sus dedos.

Ahora va. Espero que sepáis lo mucho que se equivoca un humano, que recordéis que no hay bala que atraviese la historia, la memoria; no la hay la que mate ideales tan hermosos como el querer el amor por encima de toda avaricia y miedo.

Espero que os deis cuenta de la estupidez que es elegir el rifle en lugar del libro, o la espada en lugar de la mano… Espero que lloréis por cada vida arrebatada.

Espero… Espero… Que no apuntéis y pueda salir de…

Y veinticinco balas, de veinticinco rifles, atravesaron pulmones, corazón, hígado y demás órganos del libertador del pueblo.

Asustaron también a más de cincuenta aves que descansaban en un árbol cercano. Hicieron gritar a la madre del hombre, llorar a su hermana y ensanchar el odio de sus camaradas, que no tardarán en movilizarse.

También inspiró a aquel niño pequeño que jugaba a la pelota cerca de allí. Quién, de no muy mayor, escribió un hermoso poema dedicado.

Sigue haciendo armas que se seguirán escribiendo poemas. Sigue matando que se seguirá amando igual… Sigue tu estúpida lucha contra ti mismo, que no hay victoria posible más que la más humilde y sincera rendición.

El ejecutado quiere escupir sus últimas palabras