Por un cigarrillo

Qué no haría por un cigarrillo. Aunque fuera de tabaco negro y sin filtro. Hace años que no soy vaquero, siglos que pido dinero. A veces los niños me miran entre llantos, miedo y extrañeza. ¿Por qué no hay nadie alegre por estos lares?
Me dieron unas flores, una mujer extraña que jamás había visto. Mi desesperación me llevó a intentar fumarlas. Mi mechero no tiene chispa; se trata de un viejo mechero que aún huele a gasolina, desde la última vez que no recuerdo cuándo fue que lo rellené. Sin embargo, esas flores adornaron un tiempo mi manto.
Puede que llueva y no valga la pena seguir aquí sentado, pero tampoco sabría a dónde ir.
El suelo será fango al poco rato, se avecinan oscuras nubes. Ojala tuviera un cigarrillo.
Me extraña el pasar del tiempo, me siento como un infante, viviendo entre descubrimiento y asombro, instante a instante. Me he quedado observando incontables veces estas losas de piedra desgastada. ¿Cuánto deja algo de ser lo que és? Todo cambia, claro, pero cuando le damos un nombre parece que no pueda perderlo nunca más.

Ha vuelto y parece más contento de lo habitual. Él es mi amigo cantarín. Si hay alguien que me quita la ansiedad de fumar es mi amigo barbudo con su pala en el hombro y una canción en el corazón. ¡Está muy feliz! Incluso canta la letra en vez del clásico tarareo.
Es especialmente emocionante verlo trabajar, a veces incluso canta en francés mientras cava.
Imagino que será jardinero; está todo lleno de árboles y flores; a pesar de ello no haya alegría más allá del espíritu imbatible de mi buen amigo. Digo que es mi amigo, reflexiono sobre esto cuando estoy solo, y claro, sí me ofrece su compañía, pero hablar… no hablamos; ni siquiera se encontraron nuestras miradas. Le pedí tabaco en muchas ocasiones en las que pasó cerca de mí y nada, como si estuviera en mitad del desierto de México, desamparado, sólo, invisible.
La mujer misteriosa me trajo flores de nuevo. Sus ojos vidriosos estaban entrecerrados por unas horribles arrugas que no tenía la última vez. Clava su mirada en mí cuando me da las flores, se queda ahí, intenta erguir su espalda entre gemidos de dolor, pero no habla, no me escucha ni tampoco contesta. Adelgazó mucho, su vestido oscuro le hace bolsa y tiene las caderas marcadas en él. Vi su cabellera cuando se marchaba y me dio mucha pena su pérdida de color, de vida.

Se marchitaron las flores y el jubiloso jardinero ya no viene. Hay otro hombre con pala al hombro y un serio y pálido rostro que pasea por aquí. Es joven y marca su desgana y aborrecimiento en un pausado caminar. No me ve, no canta ni fuma. He perdido todo mi interés por su figura.
Vino mucha gente vestida de negro y se reunieron al lado de mí. La mujer de las flores no está ¿por qué? Qué no haría por un cigarrillo, qué no daría…

Por un cigarrillo